Después del revuelo causado por la noticia de que 'Crónica del Asesino de Reyes' se llevará como serie a la pequeña pantalla, muchos hemos relacionado esta noticia con la ya famosa serie de Juego de Tronos y planteamos esta pregunta ¿Es posible una futura rivalidad entre ambas? Como de momento no tenemos datos suficientes para responder a esta pregunta, os dejamos con el combate en
tre Kvothe y Jaime Lannister, perteneciente a una serie de combates entre personajes conocidos en la literatura fantástica. Hoy, desde el punto de vista de Patrick Rothfuss :
Era media
mañana de un soleado día de otoño cuando Jaime Lannister abrió la puerta
de la Posada del Camino de Piedra. El lugar estaba extrañamente
tranquilo, así que Jaime asomó la cabeza por la puerta, con la mano
apoyada levemente sobre la empuñadura de la espada.
La sala común estaba vacía salvo por por un joven de pelo oscuro apoyado sobre la barra.
-¿Puedo ayudarte?
Jaime entró.
-Estoy buscando al posadero. Tenemos... asuntos que atender.
El joven se puso derecho.
-Ha salido un momento. ¿Eres Jaime?
Jaime frunció algo el ceño mientras miraba al joven de arriba a abajo.
-Lo soy. ¿Y tú eres?
-Bast -dijo el
joven con una sonrisa burlona-. Dijo que me ocupase de ti si aparecías
antes. No creo que tarde más de una hora o dos. ¿Puedo traerte algo de
beber?
Jaime se acercó hasta un taburete de la barra y se sentó.
-No creo que tengáis ni un solo vino decente en este lugar en el culo del mundo.
-¿Qué entiendes por decente? -preguntó Bast.
Jaime sacudió la mano en un gesto desdeñoso.
-¿Por qué no traes tu mejor botella? Ya te diré yo si es algo que valga la pena beber.
Bast parecía ofendido mientras bajaba las escaleras hacia el sótano, pero volvió un momento después con una botella polvorienta.
-Algo de vuestra mejor estantería, espero -dijo Jaime.
-Algo de detrás
de las estanterías -dijo Bast orgullosamente-. No sé cómo llaman a los
vinos por estos lares, pero creo que si escondes una botella, es porque
es de las buenas.
Bast cogió un
sacacorchos y abrió la botella con un gesto grácil. Luego cogió una copa
de vino alta, vertió un chorro de tinto oscuro en su interior y la
sostuvo en alto con una sonrisa halagadora.
Jaime no hizo ningún movimiento para cogerla.
-Bébete la mitad.
Bast bajó la mirada hacia la copa, luego la levantó de nuevo, la sonrisa borrándose de su rostro.
-Dice mucho de un hombre el que pida una cosa como ésa.
Jaime le enseñó los dientes con un sonrisa afilada, carente de alegría.
-Dice mucho de ti -dijo con aires de suficiencia- que no te lo quieras beber.
Bast olisqueó
el vino, cogió el vaso y tomó un sorbo largo del vino tinto. Luego
levantó las cejas e hizo un ruido de aprobación mientras cogía la
botella por el cuello.
-No sé por qué escondió esta botella -dijo, sirvindo más en la copa-. Es delicioso.
-Ah, bueno -Jaime se encogió de hombros-. Ya sabes lo que dicen. Mejor seguro que amargo -alargó la mano.
Bast se acercó la copa al pecho con mirada gélida.
-Ésta es mi
bebida, ahora. -Dio otro sorbo del vino.- Los clientes groseros se
marchan sedientos. Por mí como si te bebes tus propios meados.
-No he venido aquí por ti -dijo Jaime mientras su expresión se oscurecía-, pero para matarte tampoco tendría que alejarme mucho.
Se miraron el uno al otro sobre la barra durante un rato. Tras un momento, Bast dejó bruscamente la botella sobre la barra.
-Bien -dijo,
arrastrándola hacia adelante-. No voy a insultarte ofreciéndote un vaso o
una copa. También podría haberlo envenenado... Tendrás que beber de la
botella... -Bast se sonrió-, como un cretino iletrado.
Jaime cogió la botella.
-Muchacho
-dijo-, si te hace sentir valiente enseñarme los dientes, adelante. Pero
no toleraré más que eso. -Bebió un trago directamente de la botella,
hizo una pausa y dio otro, más despacio, cerciorándose de algo. Pareció
sorprendido.- Vaya, está bueno, ¿verdad?
Bast asintió y dio otro sorbo.
-¿Dijo cuándo volvería?
Bast se miraba los pies.
-Un par de horas -dijo con un tono de voz extraño-. No te esperaba hasta la noche.
-No te pongas
tan triste, chaval -dijo Jaime-. Mira la parte positiva. En un par de
horas yo seguiré mi camino y tú serás el amo de esta bonita posada.
Bast levantó la cabeza con una mirada suplicante.
-Supongo que no podría convencerte para que lo dejases.
Jaime soltó una risotada y dio otro trago.
-Por el amor de dios, chaval, ¿por qué demonios iba a hacer eso?
-¿Decencia? -dijo Bast.
Algo en la
escena le pareció divertido al hombre de pelo dorado y estalló en una
risa nacida de lo más hondo que duró casi un minuto entero. Tras eso la
risa se fue apagando mientras se limpiaba las lágrimas de los ojos.
-Acabas de ganarte una propina, muchacho. -Sacudió la cabeza incrédulo y
dio otro trago.
-Es sólo que... -empezó Bast.
-Mira, chaval.
-Jaime se apoyó en la barra-. Veo que eres un charlatán. Probablemente
lo aprendiste de él. He oído que tiene un pico de oro. Que convenció al
dios-león para que le dejase marchar durante un combate. -Miró a Bast
con ojos duros como piedras-. Pero eso no le va a servir de nada
conmigo.
Jaime dio otro trago de la botella antes de seguir.
-Verás, he
hecho un par de preguntas por ahí. Tu querido Kvothe tiene toda una
reputación. Listo, rápido. Un demonio con la espada. Fuerte como un oso.
Puede convocar al fuego y al relámpago. -Jaime sacudió la cabeza-. Pero
creo que todo eso no son más que historias. Y lo que no son sólo
historias, lo perdió hace mucho. -Miró alrededor, a la posada vacía.- No
se escondería en un sitio como éste si aun tuviese una pizca de poder.
Bast parecía abatido, pero no dijo nada.
-Le daré una
oportunidad para que se rinda -dijo Jaime magnánimamente-. Como
agradecimiento por esta excelente botella de vino. -Dio un último trago y
empujó la botella sobre la barra.- Ya es suficiente. No quiero que se
me suba a la cabeza.
-Puede que te sorprenda -dijo Bast.
-¿Con qué?
-dijo Jaime, riéndose otra vez-. Creo que esa espada está oxidada, y ya
no le queda magia, por lo que dicen. El pico de oro no le va a servir
conmigo. Ya ni siquiera toca música. ¿Qué le queda?
-Tengo que enseñarte algo -dijo Bast-. Ven aquí, tras la barra.
Jaime le dio la espalda, luego frunció el ceño, mirándose los pies.
-Da igual -dijo Bast, dando la vuelta a la barra-. Ya vengo yo.
-¿Por qué no puedo mover las piernas? -dijo Jaime, la voz baja e incrédula.
-Sethora -dijo
Bast llanamante-. Suele empezar por las piernas. Probablemente aún
puedas mover los brazos. Pero mejor que tengas cuidado o... -Jaime
intentó girarse y se cayó desmadejadamente al suelo-. O eso. Te pasará
eso.
Jaime se
retorció, poniéndose de lado. Moviendo las manos lentamente consiguió
sacar un cuchillo largo del cinturón y lanzárselo a Bast cuando salía de
detrás de la barra. Pero el tiro le salió mal y se hundió en uno de las
patas de una mesa. Bast se acercó a
donde yacía Jaime, caminando grácilmente como un bailarín. Se mantuvo
lejos del alcance de sus manos durante los estertores finales, esperando
hasta que notó que la respiración del hombre alto se volvía irregular y
laboriosa.
-Estaba en el
vino -Bast se acercó más y le apartó el pelo dorado de los ojos-. No
puedo creer que llegases a beber tanto, debes de tener la constitución
de un buey.
-Pero tú... -los labios de Jaime formaron las palabras aunque él ya no tuviese aliento suficiente para pronunciarlas.
-¿Crees que no me envenenaría por él? -preguntó Bast-. Entonces no sabes nada de él.
La mirada de Bast se encontró con la de ojos vidriosos de Jaime.
-Tienes razón.
Ya no es lo que era. Lo ha perdido todo. No le queda magia, ni música,
ni alegría. Ni esperanza. ¿Sabes lo que aún tiene? -Bast se acercó, la
voz baja y despiadada-. ¡A mí! -Prácticamente escupió la palabra con
ojos salvajes. -¡Me tiene a mí!